Lluenta

Un libro para sumergirse en un caleidoscopio de sensaciones.

Marta R. Gustems presenta una serie de relatos que exploran las profundidades del deseo y las vidas que se despliegan en las situaciones más inciertas. Una invitación a los propios abismos a través de una mirada íntima y provocadora.

Como si fuera un espejo roto en pedazos, cada reflejo es una historia diferente; desde lo onírico hasta la realidad más cruda, del goce al miedo, de la iniciación a la madurez. El erotismo se esconde en todo: en una obra de teatro, una película, un diario, un viaje, una fiesta, un tatuaje, una historia, un recuerdo, un sueño, la portada de un libro…

Al entrar en Lluenta, aceptamos un pacto con la autora y con nosotros mismos: dejar de lado la persona que queremos proyectar y convertirnos en el ser que finalmente somos. Porque este es el propósito del libro: caer en nuestros propios abismos y disfrutar de lo que encontramos allí.

 

Los chicos observaban con intensa curiosidad y tirantez en la bragueta. Ella sólo pensaba en estar en un lago azul y un cielo azul y ser toda ella azul, azul calmoso y tranquilo, tirando a turquesa, deslizarse en el agua y soltarse.

La chica respiró profundamente intentando no pensar en braguetas atómicas ni lenguas de serpiente ni juegos de cartas ni manos viscosas. Se miró la cara blanca y redonda en la piscina, no la suya, la mía. Se colocó en la punta de la punta de la acera y se lanzó de cabeza con toda la agilidad y fuerza que pudo. 

Las baldosas del fondo parpadeaban y pronto se volvieron indefinidas, quebradizas y el agua se convirtió en nube y el líquido en sólido esponjoso y las palabras en su interior difíciles de pronunciar. Recordó una canción que yo no he sabido memorizar y sintió que flotaba y que no respiraba y que uno curvo lo abrazaba con las alas y se mojaba las plumas y cada vez notaba más el peso, el peso y el olor a cuervo mojado que es similar a la de perro mojado. Se oían unos gritos, lejos, no les recibía con claridad. El lago que soñaba ahora era de color rojo. En algún momento se había equivocado. […]

Yo soy la luna, la misma que se refleja en el agua de la piscina, la que lo miraba todo desde arriba del jardín y se lo mira cuento de la forma más objetiva posible, aunque lo confieso: mi corazón plateado y acostumbrado al frío se endulzó con esa mujercita a medio hacer.