«Dicen que los monjes de hace ocho o nueve siglos debían enfrentarse a públicos lejanos, a veces hostiles, reacios siempre a marchar tras los pasos de una demostración teológica o de una condena moral, y que de esta dificultad y de la necesidad de vencerla surgieron los Alphabeta exemplorum. Se trataba de que el peso de los discursos estuviera bien repartido, y de que cada una de las veintitantas letras del alfabeto correspondiente arrimara su diminuto hombro y contribuyera a llevar la carga: que la A demostrara la existencia del Alma, por ejemplo; o que la B tuviera a bien hablar de san Basilio (…). Cuando uno de estos Alphabeta exemplorum llegó a mis manos, yo ya estaba preparado para entender de qué servía aquel artilugio verbal (…). Decidí, pues, sin apenas dudarlo, apropiarme del método (…); pasó un año, y ya llegaban a la decena los alfabetos que habían salido de mi mesa para ser leídos o publicados en los lugares más dispares. Mis amigos comenzaron a preocuparse.»
Así nos explica Bernardo Atxaga cómo nació la idea de redactar estos quince alfabetos, que aguí se recopilan y que a diferencia de los alfabetos de los monjes medievales, no tratan de asuntos teológicos, sino de la literatura y de formas y maneras de narrar; en definitiva: del lenguaje.
Es un gran teatro de las letras donde cada una nos inicia en los misterios de la lectura, en un juego vivo de complicidad con el lector en donde detrás de cada letra aparecen conceptos, recuerods o añoranzas.
Es ésta una brillante reunión de textos, mitad narrativos mitad didácticos, muy modernos y a la vez muy antiguios, que pasan de la Literatura Vasca aborges o de l vindicación del Plagio a una Canción de mar, con la originalidad y frescura que siempre alcanza Atxaga en su obra.