En los años sesenta, un grupo de científicos, encabezados por el español José Delgado, descubrieron el modo de implantar electrodos en el cerebro de seres humanos con el fin de dominar sus sentimientos y su voluntad.
Con el final de la Guerra Fría, muchos creyeron que esa clase de experimentos habían sido abandonados. Pero el 11 de septiembre de 2001 lo cambió todo.
Occidente se enfrentaba al terror del fanatismo. Y el único modo de combatirlo era, a su vez, con fanáticos. Con fanáticos artificiales. Personas controladas desde sus mentes y capaces de cumplir cualquier orden sin sentir miedo ni remordimiento.
España, como aliada de Estados Unidos, inició su propio programa de investigación. El experimento definitivo estaba listo para llevarse a cabo en los primeros días de 2005, en un edificio abandonado de la Ciudad Universitaria de Madrid que los servicios de inteligencia habían llenado de cámaras ocultas.
Las víctimas: un mendigo y grupo de jóvenes okupas.
Pero el experimento no resultó como estaba programado. Quedó un cabo suelto. Un único superviviente sin identidad, internado en un hospital psiquiátrico.
Gracias a él, un reportero de televisión descubrirá, tras la lápida de una tumba sin nombre, la terrible realidad.
El mayor ataque contra la libertad individual en la historia del ser humano.